jueves, 27 de marzo de 2008

Mami yo controlo ¿qué pasa si le dejamos elegir?

¿Es cierto que podemos confiar en nuestros hijos para regular lo que comen? ¿Desde que edad? ¿Hasta que punto? ¿Hay estudios sobre el tema? Y la intervención de los adultos, ¿qué puede suponer?
Los bebés tienen la capacidad innata de regular su ingesta, y las intervenciones de los padres, tanto en sentido coercitivo como en sentido restrictivo, obtienen siempre el resultado contrario al deseado. Y que la única intervención posible por nuestra parte con efectos positivos es la oferta variada de alimentos saludables (o sea, excluyendo las chucherías y los excesivamente elaborados), y nuestro ejemplo.

¿Qué sucede cuando los adultos intervienen?
Los adultos podemos intervenir de varias maneras. En caso de niños gorditos, la intervención de los padres suele ser restringir determinados alimentos que se consideran malos (dulces, grasas). Pero luego le permitimos al niños comerlo en ocasiones especiales (cumpleaños, navidades) y el resultado es que el niño asocia estos alimentos con situaciones agradables, y por tanto, los busca con más ahínco. En este caso, se ha encontrado que padres restrictivos suelen tener niños más gorditos: estos niños suelen consumir mayores cantidades de comida saludable, pero también de comida no saludable. Los padres que utilizan la comida como recompensa para modelar el comportamiento obtienen niños con mayor disconformidad con su esquema corporal (riesgo de trastornos como la anorexia y la bulimia). Los padres que insisten en que su hijo coma más: los estudios demuestran que la intensidad con las que los cuidadores responden al rechazo de alimentos es un predictor inverso (o sea contrario) de ganancia de peso: es decir, cuando los cuidadores responden presionando al niño para que coma, en lugar de conseguir que gane más peso, consiguen el efecto contrario. También se comprueba que cuando el control de la madre sobre la comida era pequeño, los niños que ganaban poco peso de 0 a 6 meses, lo compensaban en el segundo semestre, y viceversa, los que habían ganado demasiado peso, ralentizaban la ganancia. Cuando el control de la madre era elevado, se producía el fenómeno contrario. Algo tan extendido como “solo tres cucharadas más” o “termínate el plato” hace que el cerebro del niño se focalice en cosas externas a sus propios signos de hambre y satisfacción, impidiendo que estos actúen. En definitiva, los estudios demuestran que un elevado grado de control por parte de los padres, en cualquiera de estas direcciones se asocia con una disminución de la capacidad de autocontrol por parte del niño. Y por tanto, cualquier intento de intervenir en sus hábitos de auto alimentación puede tener efectos negativos alejados de la intención de los padres

¿Nada de lo que hagamos los padres puede entonces influir positivamente en los hábitos alimenticios del niño?
Pues si, hay dos maneras: poniendo a su disposición alimentos saludables, variados, con frecuencia. Y también con el ejemplo: las hijas de madres que consumen gran cantidad e fruta y verdura son con menor frecuencia malas comedoras y comen también más cantidad de estos alimentos. Por todo ello, los estudios sugieren que los padres debemos centrarnos menos en el comportamiento de nuestros hijos a la hora de comer y más en dar ejemplo con nuestros propios hábitos.

¿Pero desde cuando esta un bebé preparado para calcular sus necesidades?
Desde el nacimiento. De hecho hay estudios realizados con lactantes alimentados con leche de fórmula a los que se administraba la fórmula más concentrada o más diluida, y ellos modificaban las tomas de modo que el consumo calórico al final del día era exactamente el mismo. Los bebés alimentados al pecho suelen ganar peso más lentamente que los alimentados con fórmula. Y los estudios relacionan esto con un mayor grado de control por parte de la madre. Una madre que da el biberón, ve cuanta leche queda y se siente obligada a insistir al bebé para que lo termine. Una madre que da el pecho, al carecer de esta información, carece del control, y el control pro tanto lo tiene el bebé. Ésta es la razón de que los bebés alimentados con fórmula deban serlo también a demanda (del bebé), para que no resulte en una sobrealimentación. Esta capacidad de controlar la ingesta de calorías permanece en los niños pequeños. En un estudio realizado, se ofrecía a niños pequeños un menú compuesto por dos comidas. La primera era una comida estándar, manipulada en cuanto a la densidad energética en base a una mayor o menor cantidad e grasas e hidratos de carbono. El segundo plato era elegido libremente por los niños. Pues bien, sin mediar intervención adulta, cuando el primer plato tenía un menor contenido calórico, el segundo lo tenía mayor, y viceversa. Y en estudios de este mismo tipo, se demostró que esta capacidad de control, no se producía solo en el seno de una comida, sino también a lo largo de 24 horas: los niños demostraron realizar ajustes de energía a lo largo de comidas sucesivas, resultando un coeficiente de variación en cuanto al consumo calórico del 10 % como media, mientras que en comidas individuales esta variación podía ser hasta de un 40%. Estos mismos investigadores, demostraron que este mecanismo de autocontrol, se veía afectado cuando la atención de los niños se enfocaba en situaciones ajenas a sus señales de hambre y saciedad, como recompensarles por terminar el plato o hablarles de la cantidad de comida que quedaba en el plato. En estas condiciones, toda evidencia de respuesta al contenido energético de las comidas desaparecía. Por cierto, los que realizaron estos estudios, concluyeron también que a los 12 meses se producía un descenso generalizado del apetito.

¿Y cómo se desarrolla el gusto por la comida en los niños pequeños?
Durante la transición desde la alimentación exclusiva con leche, al consumo de comidas variadas, el niño aprende a aceptar un grupo de las comidas disponibles en su entorno. Los bebés vienen equipados con una serie de predisposiciones que facilitan el desarrollo de estos patrones de aceptación:

1-. Están predispuestos favorablemente a los sabores dulce y salado, y negativamente a los sabores ácidos y amargos (son los sabores de la mayor parte de los venenos).
2-. La aceptación de la mayoría de las comidas está condicionada a la repetición de la oferta. Dada su natural tendencia a la neofobia (fobia a los nuevos alimentos), se estima que un nuevo alimento debe ser ofrecido entre 5 y 10 veces para que los bebés lo acepten. Es decir: tienen predisposición a no aceptar alimentos nuevos y a aceptar alimentos que les son ofrecidos muchas veces.
3-. También las pautas de aceptación se ven afectadas por el condicionamiento positivo: un niño aceptara mejor los alimentos que le son ofrecidos en un entorno positivo, agradable. Y a su vez, rechazaran las comidas que les sean ofrecidas en entornos desagradables.
4-. También están preparados para preferir alimentos cuya ingesta tiene consecuencias digestivas positivas, como las que se producen cuando estando hambrientos comen alimentos con alta densidad energética.
5-. Pero aunque los niños nacen con unos mecanismos internos de regulación de la ingesta según la densidad energética, también son sensibles a los intentos de control pro parte de los padres, que redirigen la atención a cosas externas a las señales de hambre y saciedad.

Asimismo, podemos asumir que los gustos de un bebé se ven influidos por los gustos de sus padres y sus selecciones, de modo que los padres podemos influir poniendo a su alcance determinados tipos de comida y actuando como modelo para ellos. Y ofrecer estas comidas saludables en un entorno agradable para ayudarles a adquirir buenos hábitos alimenticios.

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